LOS FUEGUINOS

Para Magallanes, empeñado en encontrar una nueva ruta hacia el Extremo Oriente, el continente sudamericano representaba una barrera infranqueable. Haciéndose a la mar desde Río de Janeiro, su pequeña flota había explorado todas las bahías y ensenadas de la costa oriental. Se encontraba a unos 53º de latitud sur cuando sobrevino un violento temporal. El viento y el oleaje empujaron a las naves hacia una brecha oculta en el litoral, hasta un paraje casi completamente rodeado de tierras; al sur y al oeste, golfos profundos parecían cerrados por la gigantesca mole de los Andes.

Por la noche, los navegantes oían el estruendo de los icebergs que se partían al caer al agua, separándose de los glaciares a más de 100 kilómetros de distancia.

Tras las pocas dificultades, la flotilla salió el 28 de noviembre de 1520 a un océano desconocido, de aguas tan tranquilas que Magallanes le dio el nombre de Mar Pacífico. A la masa de tierras situadas al sur del Estrecho le llamó Tierra del Fuego, por las numerosas columnas de humo que vio elevarse de su interior, posiblemente fogatas encendidas a modo de señales por los indios, maravillados ante los barcos que veían por primera vez.

Los esfuerzos posteriores de los españoles por proteger el estrecho de Magallanes contra la penetración de los corsarios ingleses tuvieron un fin desastroso, pues más de 400 colonos perdieron la vida por aquella causa. En aquella región inhóspita, (conquistada en 1555 por Jerónimo de Alderete), azotada por fuertes vientos y súbitas tempestades, con largos, fríos y lóbregos inviernos, los europeos no consiguieron crear establecimientos permanentes.

Estas isleñas de Navarino figuran entre los pocos supervivientes del grupo yagán. El sarampión y otras enfermedades "foráneas" casi acabaron con su tribu, que antiguamente pobló todas las islas hasta el cabo de Hornos.

Sin embargo pese a la dureza del clima, cuatro pueblos nativos supieron sobrevivir. Dos de éstos, los yaganes del sur y los alacalufes de las islas occidentales, se sustentaban de la fauna marina, principalmente de mejillones, pescado y algas. Sólo en raras ocasiones penetraban en el interior del país, por temor a los cazadores onas y haush (u onas orientales).

 

A principios del siglo XIX, la colonización de Norteamérica había llegado hasta California y la costa del Pacífico, incrementando la importancia de la ruta marítima del cabo de Hornos. El Beagle, buque de la Armada británica, inició en 1826 su primera travesía por estas aguas, con el propósito de levantar planos exactos de los principales canales y fondeaderos. Lo mandaba el capitán Robert Fitzroy.

Confiando lograr la cristianización de los fueguinos, Fitzroy se llevó consigo a Inglaterra a tres jóvenes alacalufes, uno de los cuales murió victima de la viruela y a un muchacho yagán, a quien dio el nombre de Jemmy Button. Su intención era adoctrinarlos y devolverlos a su tierra, para que difundieran el evangelio entre sus paisanos.

Vieja fotografía de un cazador yagán reparando su arpón con una correa de piel de foca. Gracias a su especial metabolismo y a sus características físicas, los yaganes superaban los crudos inviernos fueguinos sin más protección que una capa de grasa de foca.

Los alumnos, alojados cerca de Londres, aprendieron inglés y se familiarizaron con “las verdades básicas del cristianismo”. A finales de 1831 volvía a encontrarse Fitzroy al mando del Beagle, rumbo a la Tierra del Fuego en un nuevo viaje de reconocimiento y exploración. Aparte de los tres fueguinos había a bordo un naturalista que viajaba en calidad de observador científico. Su nombre era Charles Darwin. Al llegar al canal de Beagle, descubierto en la travesía anterior, una lancha desembarcó a los nativos en Wulaia, ensenada abierta en la costa occidental de la isla de Navarino, donde se pretendía fundar un establecimiento.

El encuentro del "civilizado" Jemmy Button son su desnuda familia causó a Fitzroy gran sorpresa y desilusión, particularmente al presenciar la reacción de los hermanos: "Inmóviles, le contemplaron fijamente; luego se acercaron a él y comenzaron a andar en torno suyo, sin decir palabra... Se veía que Jemmy sentía humillación; para empeorar las cosas, aumentando su confusión y la mía, sólo pudo articular unas cuantas frases en las que predominaba el inglés".

Darwin, aunque maravillado por casi todo lo que encontró en aquel paraíso de los naturalistas, se horrorizó ante los exponentes de su máxima forma de vida.

Para él los yaganes eran un insulto a la raza humana.

A Darwin le irritó sobremanera la continua persecución de que le hacían objeto los nativos, pidiéndole cosas, y su constante repetición de la palabra equivalente al "¡dame!". En un principio, el propio Fitzroy había tomado como rehenes a los tres jóvenes alacalufes, en represalia por el robo de una lancha. Nadie entendió que los fueguinos desconocían el concepto de la propiedad privada: a los acaparadores blancos se les arrebataban los bienes para poder disfrutarlos entre todos.

No obstante las pruebas y los padecimientos de su precaria existencia, los fueguinos seguían sin cambiar en lo básico.

Hasta mediados del siglo XIX los fueguinos se libraron de las intromisiones exteriores; todavía no habían llegado los cazadores de focas con su sífilis, los ovejeros con sus fusiles, los buscadores de oro con sus bebidas alcohólicas, ni lo peor de todo, los misioneros con sus montones de vestidos usados, vivero de enfermedades para las que los nativos no habían desarrollado defensas.

Es paradójico que esta última invasión, la mejor intencionada de todas, fuera también la de efectos más destructivos.

Fracasado el complicado intento evangelizador de Fitzroy, la antorcha misionera pasó a manos de un marino, el capitán Allen Gardiner. Los esfuerzos por fundar una misión en la isla de Picton, situada en el extremo oriental del canal de Beagle, finalizaron con la muerte por inanición del propio Gardiner y de seis compañeros suyos.

Lejos de causar el desánimo de otros pioneros, la tragedia de Allen Gardiner espoleó a sus patrocinadores, la Sociedad Misionera de la Patagonia, dirigida ahora por el reverendo Packenham Despard. Desde una nueva base emplazada en las Malvinas, la goleta de dos palos Allen Gardiner se hizo a la mar con rumbo a Wulaia, donde se restableció el contacto con Jemmy Button, veintiún años después de su última entrevista con el capitán Fitzroy. Obeso y ya de mediana edad, Jemmy pese a sus ojos enrojecidos y a su larga cabellera todavía era irreconocible por la descripción de Fitzroy.

Aunque al principio se negó a regresar con la goleta a las Malvinas, Jemmy acabó por acceder, acompañándole en la travesía su familia y nueve fueguinos más.

Tras catorce años de continuos fracasos, era aquél el primer éxito tangible de la Sociedad Misionera de la Patagonia. "Alegraos conmigo, escribió la esposa del reverendo Despard, pues el señor se ha dignado tocar el corazón de estos pobres e ignorantes fueguinos, inspirándoles confianza en nosotros".

Así, por segunda vez en su vida, Jemmy Button se vio convertido en voluntario embajador del cristianismo ante su pueblo. Los nuevos conversos parecían ser buenas personas, adecentándose en sus hábitos y cumpliendo diariamente los servicios religiosos. Con todo, una vez de regreso en Wulaia, se olvidaron inmediatamente de todo lo que con tanto esfuerzo se les había enseñado. Al abandonar la goleta, se negaron violentamente a someterse a un registro, y luego se supo que entre sus ropas ocultaban algunos objetos robados.

El jefe honorario de los yaganes y su esposa que tiene sangre ona, posan para el fotógrafo ante su tipi, en el interior de los bosques fueguinos. Ninguno de estos pueblos resistió el contacto con la cultura europea.

A pesar de este incidente, los ocho tripulantes de la Allen Gardiner no sospecharon animosidad alguna por parte de los fueguinos, y el domingo siguiente bajaron a tierra para celebrar el servicio religioso; pero cuando iniciaban el primer himno, se desencadenó un ataque previamente concertado. Los ingleses perecieron a golpes de porras y pedradas, y sólo consiguió salvarse el cocinero, que había quedado a bordo.

Tras este desastre, se abandonó parcialmente la base establecida en las Malvinas. Despard regresó a Inglaterra con toda su familia, excepto Thomas Gridges, su hijo adoptivo, quien insistió en quedarse. Con ayuda del reverendo, Bridges había recopilado unas 40.000 palabras yaganas, prueba significativa del refinamiento intelectual de los fueguinos. En 1863, al volver a la Tierra del Fuego, Bridges sorprendió a los nativos hablándoles en su propia lengua.

Con no pocas penalidades y esfuerzo, Bridges fundó una misión en Ushuaia, pero entre tanto la mitad de los yaganes, entre ellos el mismo Jemmy Button, morían a causa de una epidemia.

Muchos yaganes recibieron el bautismo en la pequeña capilla de madera de Ushuaia, junto al canal de Beagle. Los conversos iniciaron una nueva existencia sedentaria junto a los blancos. Se cubrían el cuerpo con prendas y vivían en casas permanentes o en tipis; abandonaron la caza y la recolección de especies silvestres y comenzaron a practicar una agricultura primitiva.

Hacía el año 1884, Ushuaia era ya una comunidad estable autosuficiente, aislada casi por completo del mundo exterior.

Tres buques de guerra aparecieron hacia finales del siglo XIX en el canal de Beagle, afirmando la soberanía de Argentina sobre su porción de la Tierra del Fuego. Tras un acuerdo internacional, la isla se repartió entre Chile y Argentina (1881), trazándose una frontera desde la boca oriental del estrecho hasta el canal de manera que Ushuaia y la cercana Wulaia quedaron en diferentes países.

Una epidemia de sarampión propagada por marinos casi acabó con los nativos afincados en Ushuaia; una vez más la tribu yagán vio reducirse a la mitad el número de sus componentes.

Parte de las montañas occidentales de la Tierra del Fuego están cubiertas por un casquete de hielo, siendo muy numerosos los glaciares que desembocan en el mar. Virtualmente deshabitado hoy, éste fue antiguamente el territorio de los yaganes y los alacalufes.

Desilusionado por el efecto de la civilización en sus amados fueguinos, Thomas Bridges abandonó el lugar y fundó una hacienda ovejera en Harberton, junto al canal de Beagle, en tierras cedidas por el presidente Roca de Argentina. Fue aquí donde el hijo de Bridges, Lucas, comenzó a interesarse por los misteriosos onas, nómadas cazadores del interior.

Trabajando solo en los bosques, Lucas había experimentado muchas veces la sensación de que le estaban vigilando. No obstante, era tal la habilidad de los onas, que hubo de esperar años hasta poder hablar con ellos y ganar su confianza. Sumamente activo y valiente, Lucas Bridges despertaba la admiración de los onas por su pericia en la lucha libre, su pasatiempo favorito, y se le apreciaba porque sabía aceptar las bromas, aun cuando fuera él el destinatario de las mismas. En 1896 Harberton se había convertido en terreno neutral, donde los diversos grupos onas podían olvidar sus rencillas y vivir juntos en un ambiente libre de tensiones y temores. Muchas de aquellos hombres trabajaron con Lucas y sus hermanos, llevándolos con frecuencia en sus largas expediciones de caza. Eran expertos conocedores de los bosques, capaces de viajar con extraordinaria rapidez por zonas de vegetación espesa y por terrenos pantanosos, e igualmente duchos en localizar las piezas desde muy lejos. El mayor animal nativo de Tierra del Fuego y el que más interesaba a los onas era el guanaco, un mamífero de cuello largo y fino pelaje, emparentado con las llamas de Bolivia y Perú.

Los belicosos nómadas onas de elevada estatura (con frecuencia superior a 1,80 m), presentaban una imagen majestuosa con sus largos abrigos de piel de guanaco, armados con sus arcos y flechas. Viajando en grupos familiares o en partidas de cazadores, estaban siempre en guardia contra las emboscadas de otras bandas, pues constantemente había rencillas entre ellos.

 

En las praderas septentrionales de la Tierra del Fuego, gran parte del territorio ona estaba pasando a manos de los ovejeros. Se comprende que estos nativos vieran en las reses lanares otras tantas piezas de caza, mucho más fáciles de cobrar que los esquivos guanacos; pero los ganaderos provistos de armas de fuego y montados en caballos, no tuvieron dificultad en ahuyentar a los indios, e incluso contrataron los servicios de cazadores profesionales, a quienes pagaban una libra esterlina por cada nativo muerto.

Unos pocos onas se refugiaron en los bosques del sur, donde de momento quedaron a salvo. Mientras tanto, más de 1500 individuos de esta tribu, antaño bastante numerosa, fueron conducidos a las misiones de los salesianos. En la isla de Dawson, solitario lugar del estrecho de Magallanes y muy alejado de su tierra natal, se obligó a los onas a convivir con los yaganes y los alacalufes, pueblos con quienes hasta entonces no habían tenido absolutamente nada en común.Sin embargo, ahora debían compartir un mismo destino. Muchos murieron a causa de los gérmenes presentes en las ropas entregadas por los misioneros. Los yaganes y los alacalufes sufrieron también de otra manera; en su medio físico natural podían ir desnudos, incluso en lo más duro del invierno fueguino, protegidos tan sólo por una capa de grasa de foca; en cuanto se les hizo vestir prendas, perdieron su intimidad natural al frío y muchos perecieron de pulmonía.

Hacia 1910 casi se había consumado la exterminación de los fueguinos. Quedaban 300 onas y cinco haush y al año siguiente ya solo sobrevivían 100 yaganes. Río Grande, Porvenir y Ushuaia eran ya poblaciones estables, blancos y mestizos alcanzaban la cota de los 2500 individuos y en la isla pastaban alrededor de 800.000 ovinos.

Más de la mitad de la Tierra del Fuego se utilizaba para pastos. Las mayores fincas, algunas de ellas con 80.000 cabezas de ganado lanar, datan de principios de siglo XX. Numerosos propietarios y colonos, descienden de inmigrantes británicos o germanos, y casi todos los empleados son mestizos isleños del sur de Chile.

En 1960, el descubrimiento de petróleo en el norte de la isla, a ambos lados de la frontera, estimuló el crecimiento de la economía local. Sin embargo, la novedad más importante y lucrativa es el turismo. Las autoridades argentinas crearon un pequeño parque nacional e hicieron construir varios hoteles de lujo. Ushuaia, hoy directamente enlazada con Buenos Aires por mar y aire, se ha hecho célebre por ser la ciudad más meridional del mundo.

Desde la primera Guerra Mundial, la Tierra del Fuego ha superado con rapidez la primera fase de su desarrollo económico, aunque la distancia y la división política impiden la plena integración de los isleños en la vida nacional de sus países respectivos. La zona chilena se gobierna desde la ciudad continental de Punta Arenas, a su vez separada de Santiago por casi 2000 kilómetros de cordillera andina, que se adentra en el mar formando multitud de ensenadas difíciles para la navegación.

Un ganadero de origen europeo vigila el rebaño de ovejas en las secas praderas de la Tierra del Fuego septentrional, donde vivieron y cazaron los nómadas onas. De éstos, los que no cayeron abatidos por las armas modernas fueron desplazados por los militares argentinos, y muchos murieron de enfermedades contagiadas por prendas infectadas.

El mal tiempo suele interrumpir tanto las comunicaciones aéreas como marítimas.

Gran parte de la Tierra del Fuego sigue siendo un desierto virgen; la obra humana apenas ha dejado huella en el aspecto físico de estos parajes solitarios. Ahora que ya han desaparecido muchos indios, la mayoría de las islas exteriores vuelven a estar deshabitadas. Sólo en Navarino hay una población de cierta entidad, mientras que Dawson desempeña hoy las funciones de centro penitenciario chileno.

 

 

 

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