LOS KIRGUISES

 

La huella dejada en el Asía Central por Genghis Khan y sus hordas, y luego por sucesivas invasiones de mongoles y tártaros, fue tan profunda que todavía se hallan indicios de la misma en todo el continente. En ningún lugar son estos más evidentes que en Afganistán y en las repúblicas soviéticas adyacentes. Un grupo de esta región que se enorgullece de sus orígenes mongólicos y de las influencias turcas es el de los kirguises.

Hoy la mayoría de los kirguises residen a millares de kilómetros de su patria original. Habitan una elevada altiplanicie, encajada entre tres de las laderas más inaccesibles  y espectaculares del planeta; los Himalayas al sur y al sudeste, el Hindu Kush y los Tian Shan (Montes Celestes) al nordeste.

El millón y medio de kirguises se distribuye entre las repúblicas soviéticas de Tadzhikistán, Uzbekistán y Kirguizstán, la república china de Sinkiang y el pasillo de Wakhan, en Afganistán. Así se comprende que la imposición de diversas estructuras políticas, económicas e ideológicas externas haya cambiado por completo su vida tradicional, de tal manera que sólo es el Pequeño y el Gran Pamir de Afganistán conservan ciertos rasgos de su pasado cultural.

La principal característica de las 3000 kirguises afganos es el modo en que se han adaptado a las rigurosas condiciones ambientales. Tanto el clima como la altitud son extremas, la nieve cubre el país durante nueve meses consecutivos y las temperaturas descienden hasta los 5º bajo cero. Para combatir la dureza de sus largos inviernos, los kirguises practican el nomadismo y se refugian en yurtas, estructuras circulares con cubiertas de fieltro. Estas tiendas sólo se trasladan a distancias cortas (30 kilómetros como máximo) para instalarlas en las vertientes más soleadas de las montañas durante el invierno y aprovechar los pastos de la altiplanicie en verano.

Los yaks, animales de pelo largo, tienen importancia como productores de leche y para el transporte de  cargas. Los kirguises dependen por completo de sus reses para sobrevivir, contando con ovejas, cabras, caballos y camellos de razas muy resistentes.

Para su nutrición y supervivencia los kirguises dependen completamente de sus animales, que debido las extraordinarias condiciones climáticas son de razas especialmente robustas y adaptables. Aparte de sus evidentes cometidos alimenticios y de intercambio, estos animales, ovejas, cabras, yaks, caballos y camellos, suponen la única forma posible de transporte en toda la región.

Sin embargo, no son los animales los únicos seres dotados de cualidades especiales. Cualquier forastero se expone a contraer el totak (enfermedad de las alturas), que se manifiesta con fuertes jaquecas, náuseas y dificultades respiratorias, e incluso puede resultar fatal. Para los kirguises, acostumbrados desde hace mucho tiempo a estos peligros, lo problemático estriba en conseguir alimentos vegetales, de imposible producción en estas altitudes de 4 y 5 mil metros.

El problema se resuelve mediante las relaciones con sus vecinos soviéticos y wakhis, establecidos estos últimos hacia el oeste. Recientemente los kirguises han podido comerciar con la Unión Soviética, cambiando ganado por trigo, aunque todavía dependen en gran medida de sus relaciones con los vecinos wakhis, a quienes sin embargo desprecian.

La relación entre ambos grupos es tirante pero necesaria. Aunque los kirguises no sienten el menor aprecio por sus vecinos ismailitas, porque estos no pertenecen a la secta sunnita del islamismo, los wakhis dependen de ellos. Los wakhis son más pobres, están muy afectados por el consumo de opio, no cuidan bien sus cosechas y en muchos casos han debido trasladarse al este para servir a jefes kirguises más ricos.

Esta interdependencia de los dos grupos culturales que ocupan el pasillo de Wakhan es un fenómeno relativamente nuevo. Aunque se sabe que los kirguises llevan más de dos siglos en la región, siempre habían mantenido relaciones especialmente intensas con otras zonas kirguises, como los centros comerciales de Yarkand y Kashgar, o con las ciudades del Turquestán Oriental.

Durante los meses invernales, cada grupo debe resolver por sí sólo el problema de la supervivencia. Refugiados en tiendas plantadas al abrigo de las laderas, las familias kirguises resisten como pueden, pastoreando sus rebaños en pastizales.

La zona de los Pamires afganos sólo quedó políticamente aislada de las regiones vecinas a finales del siglo XIX, al acordar británicos y rusos su transformación en Estado tapón entre ambos imperios. Sin embargo, el aislamiento y la insignificancia económica de la región permitieron mantener los anteriores esquemas comerciales hasta la revolución rusa, época en que muchos kirguises se vieron movilizados por los ejércitos zaristas. Quienes se rebelaron    contra aquellas medidas debieron refugiarse en China o Afganistán. De los 300.000 individuos que optaron por esta solución, una parte se estableció en los Pamires afganos, incrementando la entonces pequeña y aislada población. Otros llegaron después de la Revolución.

No obstante, como la frontera de Sinkiang seguía abierta, muchos kirguises continuaron el comercio y los intercambios agrícolas en esa dirección, especialmente al considerar que el Pequeño Pamir estaba demasiado próximo a la frontera  para las conveniencias tanto de Moscú como de Kabul. En 1949, al propagarse la Revolución china a Sinkiang, esta frontera también quedó cerrada.

 

De entonces procede la actual situación mercantil y socioeconómica. Los kirguises afganos se encontraron con una sola salida geográfica, la del oeste. En una era de gran progreso en las comunicaciones a escala planetaria, se da el caso de que este pueblo ha quedado más aislado, tanto por las circunstancias externas como por propia elección. No hay forma económicamente viable de construir carreteras hasta sus poblaciones, y a menos de que remitan mucho las actuales tensiones ideológicas de Asia, también es muy improbable que cambien las condiciones fronterizas.

De todos modos, parte de su aislamiento es voluntario, pues si los kirguises decidieran aumentar su participación en la vida sociocultural afgana, se verían obligados a pagar impuestos y a servir en el Ejército, dos males de los que actualmente se libran por su especial situación. De este modo, su aislamiento puede considerarse por un lado como infortunio, pero por otro es una suerte. Su control del país y la independencia de que disfrutan compensan hasta cierto punto las luchas y penalidades de antaño.

La yurta de los kirguises es una tienda circular que acoge a toda una familia. Las mujeres arman y desmantelan estas viviendas,  y se ocupan de fabricar el fieltro que recubre su armazón de madera.

El verano kirguís es muy corto, pues la nieve sólo desaparece del terreno durante unos 60 días. En esta época se desarrollan casi todas las actividades sociales. Durante el invierno las oey (unidades familiares) residen en sus respectivas yurtas, tratando de aprovechar los escasos pastos disponibles en las zonas más abrigadas. En estos meses tan duros, la supervivencia depende por entero de los recursos propios de la unidad familia. En verano cambia el panorama, porque las oey, hasta entonces dispersas, forman campamentos mayores (conocidos por yaylaou) y se encuentran con amigos y parientes. Estos campamentos casi nunca comprenden más de 20 yurtas. Gracias a este encuentro estival puede ponerse en práctica la cooperación que permite prepararse para el invierno. Se estercola, riega, protege, siega y almacena la hierba; se fabrica fieltro para las yurtas, y se disponen los animales de carga para los largos viajes en busca de cereales y otros artículos.

Pese al interés soviético por instalar a los kirguises de su territorio en granjas colectivas, muchos siguen practicando la vida nómada de sus antepasados, fruto de la adaptación a las condiciones climatologías del país.

La jerarquía política de los kirguises afganos gira en torno a las facultades conferidas a su jefe o khan, Rahman Quol. Hasta hace poco tiempo éste poseía la riqueza y el control político de un potenciado feudal, papel reforzado por sucesivos Gobiernos afganos, para quienes un intermediario fuerte era el único modo de dominar la región de los Pamires.

Probablemente  debido al control del khan sobre su pueblo, se ha podido detener la rápida expansión del consumo de opio en la región de los kirguises. En un informe reciente sobre la tribu wakhi, se calculaba que al menos el 90% de sus individuos consumían opio, considerándose que la inmensa mayoría eran adictos a la droga. Entre estos consumidores hay hombres, mujeres y niños. El problema reviste ya carácter dramático, porque además de desbaratar y corromper la vida wakhi, se está extendiendo hacia el este para penetrar en la zona de los kirguises.

El orgullo y el espíritu de independencia de sus precursores mongoles siguen presentes entre los kirguises de Afganistán símbolo de estas virtudes es el deseo de preservar su actual aislamiento.

Rahman Quol ha limitado mucho el comercio y consumo de opio (conocido aquí por tariac); pero de todos modos, un cálculo bastante reciente indica que el 40% dela población del valle del Elghenak, en el Gran Pamir, consumía habitualmente esta droga. El mismo estudio afirma que entre los kirguises “que en otros tiempos observaban una conducta honesta, hospitalaria y cortés, típica de los mongoles, comienzan a aparecer síntomas de descomposición social, mientras se extiende el poder del tariac. Los infortunados kirguises se están volviendo como los wakhis, a quienes tanto desprecian y critican”.

El Khan Rahma Quol no alcanzó la máxima  jefatura de los kirguises por derecho hereditario. Como cabeza de uno de  los linajes de este pueblo debió competir con sus colegas y se impuso sólo por consentimiento de todos ellos. Dicho de otro modo, el Khan de los kirguises alcanza la máxima jefatura por la fuerza de su personalidad y por el grado de aprecio que le dispensa el pueblo. Su control sobre el país, se basa tanto en el carisma personal como en e l apoyo de su linaje y de quienes optaron por él. Son cuatro los linajes principales de los kirguises afganos, descendientes de otros tantos hermanos.

Si Rahma Quol es un hombre muy rico, muchos compatriotas suyos viven en la miseria. Gozan de la asistencia de los más afortunados, que se la prestan a cambio de su apoyo para escalar el poder político. Algunos  kirguises pobres han tratado de adaptarse a la vida fuera de los Pamires, por ejemplo empleándose como braceros en ciudades afganas, pero no logran completar el delicado proceso de transición y siempre regresan a la patria, pese a la mayor dureza de la vida en ella. Otro tanto puede decirse de los ricos, de quienes sería lógico suponer que prefieren invertir sus fortunas y vivir en el ambiente más agradable de la capital provincial, o incluso de Kabul. Pero aunque algunos depositan su dinero en las ciudades, todos optan por residir con su gente.

Niño kirguís del Afganistán. Movilizado por los ejércitos zaristas durante la revolución rusa, unos 300.000 kirguises se refugiaron en China y Afganistán para escapar del llamamiento a filas.

No es nada fácil conseguir información sobre la vida de los kirguises soviéticos, núcleo principal de este pueblo. Aunque se calcula que hay unos 100.000 en Uzbekistán, 300.000 en Tadzhikistán y alrededor de un millón en Kirguizshtán. Los contrastes entre  las diferentes oportunidades laborales en esta inmensa región han influido mucho en sus hábitos económicos. Los gobiernos modernos de todo el mundo han condenado abiertamente el nomadismo. ¿Cómo cobrar si no los impuestos, imponer una educación o garantizar la seguridad del poder central?.

De ahí que por medios muy diversos, casi todos violentos, se haya ido imponiendo la sedentarización de los nómadas, de quienes se espera que adquieran costumbres agrícolas y se adapten a la norma cultural impuesta por el elemento demográfico dominante.

Por razones del entorno cultural, Rahman Quol y sus kirguises afganos pudieron evitar este destino. No ocurrió lo mismo en la Unión Soviética. Hasta el decenio de 1960, los kirguises que se negaron a aceptar la colectivización recibieron un trato reservado a los ciudadanos antisociales. Pasaron muchos años antes de que las autoridades comprendieran que para los kirguises, el pastoreo nómada era una forma de vida adecuada y económicamente más rentable que la agricultura. La colectivización se ha sometido a un proceso de adaptación, mientras que la estructura administrativa soviética ha sustituido a la jerarquía feudal tradicional.

 

 

 

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