LOS MASAIS

 

En el principio Ngai, el esposo de la luna y creador de todas las cosas, que reside en el nevado Kilimanjaro, hizo a los masais. Después creó a todas las reses vacunas del mundo, para que les sirvieran de alimento. Eso dice al menos la leyenda masai. Desde entonces y de manera ininterrumpida, este pueblo ha amado apasionadamente a sus rebaños y ha justificado sus incursiones y robo de ganado afirmando que son ello sólo recuperaban unas propiedades concedidas por Dios.

Este grupo de clanes, llegados del Nilo superior durante los siglos XVII y XVIII, se fue convirtiendo en una élite militar que acabó dominando todos los pastizales de la gran fosa tectónica del Rift Valley. Hoy 100.000 masais viven en Kenya  y Tanzania, distribuidos en partes casi iguales. No son un grupo homogéneo, sino que pertenecen a clanes diferentes. Los que desde antiguo se han dedicado al cultivo de la tierra, como por ejemplo los arushas, reciben el nombre de masais agricultores; otros siempre han permitido el consumo de cualquier animal terrestre y aéreo, caso de los samburu y baraguyas; y hay también los que viven exclusivamente de sus animales domésticos, los pastores o auténticos masais.

La boñiga, que se seca con rapidez, resulta útil para la construcción de viviendas. En los poblados se levantan chozas rectangulares de ladrillo cocido, que forman un círculo y están rodeadas por cercas de espinos para proteger a las reses de los ataques de las fieras.

 

Los animales salen todas las mañanas a pastar acompañados por jóvenes pastores para no regresar al poblado hasta el anochecer. Normalmente hay varias familias en cada núcleo de población, y cada una de ellas posee su propio rebaño; pero los animales se llevan a pastar conjuntamente y su cuidado corresponde a los hijos de los ancianos del poblado.

Los guerreros masais (o moran) suelen llevar ramilletes de hojas aromáticas bajo el brazo, a modo de desodorantes. Los moran entraban en batalla armados con una larga lanza y protegidos con escudos de piel de búfalo.

Los masais crían también ovejas y cabras, aunque los vacunos se aprecian más que las reses menores, que pastan cerca del poblado, vigiladas por los niños más pequeños. Los novillos se destinan al sacrificio en ocasiones ceremoniales, pues las vacas lecheras son la auténtica base de la economía masai. La mayoría de los poblados tienen carácter semipermanente, mudándose cada tres o cuatro años, cuando la acumulación de barro en los corrales los hace ya inútiles.

Durante los meses secos se acostumbra llevar a los rebaños a abrevaderos distantes, donde los hombres levantan un campamento temporal.

De vital importancia para el sistema social de los masais, los vacunos sólo se sacrifican en ocasiones especiales. Por lo demás, los animales se crían para aprovechar su leche, base de la dieta y como medio de atesorar riqueza

Los europeos no penetraron en el país de los masais hasta el decenio de 1880, aunque para entonces ya  llevaban algún tiempo establecidos en Mombasa y Zanzíbar.

Los masais tenían fama de ser muy feroces y belicosos, reputación difundida por los mercaderes árabes que les disputaban las rutas del interior, importantísimas para el transporte del marfil. Cuando Joseph Thomson llegó a su país en 1883, los encontró diezmados por una dura guerra entablada entre los laikipiak, poderoso grupo de agricultores, y varias facciones de pastores unidas por primera vez bajo el liderazgo de Mbatiany, su laibon (profeta) más respetado.

Los laikipiak fueron derrotados y ya nunca más volverían a existir como grupo aparte.

Tras estos acontecimientos llegaría en 1890 una devastadora epidemia de comalia que acabó con muchas reses, seguida en 1891 de una sequía no menos perjudicial.

Ambos desastres llevaron a los masais a otra guerra, esta vez entre distintas secciones de los pastores que se dividen en 19 grupos territoriales. En cada sección los hombres administran los pastizales de propiedad comunitaria; los animales domésticos pertenecen, en cambio, a propietarios particulares. La guerra civil estalló cuando los moran (guerreros) loitas penetraron en otras secciones para robar ganado. Al concluir el conflicto casi todas las secciones habían participado en la lucha por uno u otro bando.

Todo varón adulto pertenece a un grupo de edad.

Hacia los 16 años se le circuncida e ingresa en el grupo  de los moran o guerreros. Pertenecerá a esta categoría  durante un mínimo de siete años y junto con los restantes moran al grupo de los ancianos, lo cual le dará derecho a usar rapé, mascar tabaco y adoptar una vida sedentaria. En este momento recibe el nombre de su grupo de edad, que conservará cuando ascienda con sus  compañeros los peldaños de la escala de la ancianidad.

Un laibon (profeta) adivina el futuro arrojando guijarros contenidos en una calabaza hueca. Busca respuestas a preguntas que oscilan entre simples cuestiones familiares y las perspectivas de éxito de una incursión.

El nombre del último grupo que hasta ahora ha alcanzado la ancianidad es Ilterekeyani. Estos hombres  son en la actualidad los ancianos más jóvenes, y su influencia no se nota demasiado. El grupo siguiente ocupa el grado de anciano superior y ya comienza a adoptar casi todas las decisiones importantes en las secciones territoriales aunque el más elevado, los ancianos retirados, todavía ejerce alguna influencia. Lo normal es que haya unos cuantos representantes del grupo de edad inmediatamente superior al de los retirados, a quienes se consulta en cuestiones de detalle religioso y ceremonial, si bien apenas cuentan a la hora de tomar decisiones.

Los masais calculan su historia refiriéndose a las distintas épocas en que determinados grupos de edad cumplían funciones de moran. Así , la época de los Ilterekeyani corresponde a los años entre 1956 (circuncisión de sus primeros componentes) y 1971. Para entonces ya habían completado las ceremonias y ascendieron a la categoría de ancianos. Calculando unos quince años por grupo de edad, los historiadores pueden fechar acontecimientos que se remontan hasta 1790.

Los grupos de edad se basan en las secciones y poseen una estructura igualitaria. Cada hombre puede dar su opinión en los consejos donde se toman decisiones por procedimientos democráticos.

Tradicionalmente los consejos han sido el foro fundamental de las decisiones jurídicas y políticas. En ellos se solucionan pleitos, se administran pastizales, se organizan ritos y hoy también se discuten propuestas de construcción de baños para el ganado, proyectos de ganadería y otras medidas de desarrollo. Cada grupo de edad escoge entre sus miembros a un funcionario conocido por olaiguenani (el que discute), que es en realidad el primero entre sus pares.

Los moran actuaron antiguamente como ejército masai, encargado de la defensa del país. Nunca fueron conquistadores, sino simplemente merodeadores que además de capturar o recuperar ganado, pretendían demostrar su hombría. A menudo los clanes luchaban entre sí en torneos organizados al efecto, porque ya no quedaba a quien combatir por la posesión de los pastizales, de los que eran señores indiscutibles.

Muchos visitantes de Kenya y Tanzania se asombran ante la supervivencia de una institución como la de los guerreros, cuando ya no quedan conflictos que solucionar con las armas y el robo de ganado se ha suprimido casi por completo. En realidad, es posible que el combate jamás fuera la función primordial de los moran, quienes en términos prácticos constituyen un número móvil de mozos a quienes se puede llamar para cualquier trabajo arduo, como el traslado de rebaños en las épocas de sequía. Ciertamente, en muchas regiones del país masai los moran responden de la seguridad de los rebaños durante las estaciones secas, cuando los animales se encuentran muy lejos de los poblados permanentes. Gracias a sus frecuentes viajes durante el tiempo que dura su servicio conocen todos los pastizales disponibles y las últimas novedades de las diversas secciones territoriales.

Según la leyenda masai, en el principio el cielo y la tierra fueron una sola cosa. Tras separarlos, Ngai (el dios creador) hizo su morada en el cielo, sobre el Kilimanjaro, y envió vacas a los hombres para que pudieran subsistir

El niño ignora gran parte de lo que debe saber el masai adulto sobre política, religión y administración de los rebaños hasta que el ingreso en las filas de los moran le ofrece una educación exhaustiva en estas materias. Además, establece contacto con mucha gente, no sólo guerreros sino también personas que no pertenecen a su círculo familiar.  De todas estas relaciones hará uso más adelante, cuando busque esposa o necesite ayuda.

El servicio militar aleja a los mozos de la seguridad que proporciona el círculo familiar. Viven en incómodos campamentos llamados manyatta y vuelven a la sociedad convertidos en adultos, tras acceder a los conocimientos sobre la vida social y el debate público que son necesarios para la administración de sus comunidades. También adquieren cierta sensación de superioridad hacia quienes no han pasado por aquella experiencia, esto es, las mujeres, los niños y los extranjeros. Tradicionalmente los masais pastores eran muy orgullosos y tenían gran seguridad en sí mismos. Les daban lástima los agricultores como los arushas, que carecían de ganado y se veían obligados a cultivar la tierra y por lo tanto a humillarse. También consideraban con desprecio a los herreros, pues su trabajo era indigno de un masai.

La educación occidental se ha ido aceptando gradualmente. Hacia los años cincuenta y sesenta de este siglo, muchos niños comenzaron a asistir a las escuelas primarias.

En las zonas más tradicionalistas, gran parte de los alumnos abandonaban sus estudios en cuanto pasaban la circuncisión, porque preferían convertirse en moran. Sin embargo, hoy son muchos más los que regresan a las escuelas secundarias poco después de la circuncisión.

La función de los laibon o profetas era básicamente bendecir las ceremonias de los moran, a quienes debían aconsejar el momento más propicio para iniciar correrías y guerras. Su influencia era mucho más ostensible en épocas conflictivas que en tiempo de paz. Hoy  en día los laibon tratan con clientes particulares que les presentan problemas como la esterilidad o el infortunio.

Antiguamente se formulaban las profecías de mayor importancia en estado de trance. Este tipo de adivinaciones no se produce desde hace muchos años, y los laibon reconocen que sus facultades están menguando.

No obstante, siguen insistiendo en que tienen poder para averiguar la causa de cualquier calamidad personal.

Las mujeres contraen matrimonio aproximadamente a la edad en que los hombres inician su servicio militar. También se las circuncida poco después de sus primeras manifestaciones de madurez sexual. Esta operación se considera paralela a la masculina, pues ambas señalan el paso a la edad adulta. De su importancia da idea el hecho de que a ninguna mujer se le permite casarse sin cumplir este requisito.

Al contraer matrimonio la mujer abandona el hogar paterno y se traslada al domicilio del marido. Más adelante constituirá su casa con ayuda de otras mujeres del poblado (tarea que puede exigir hasta un mes de trabajo). Entre tanto se alojará en la vivienda de la suegra o en la de otra esposa de su marido. No hay límite sobre el número de esposas, aunque en la práctica éste queda determinado por la cantidad de vacas lecheras que posee el hombre, quien debe proporcionar a sus mujeres toda la leche que necesiten ellas y sus hijos.

El primer día de estancia en el nuevo hogar la recién casada recibe formalmente el derecho a ordeñar determinadas vacas del marido. El 9 es un número mágico o perfecto para los masais, por simbolizar los orificios del cuerpo humano. Por consiguiente, nueve vacas del rebaño se marcan con esquemas cromáticos considerados perfectos, y por ende, sagrados. El marido no puede enajenar derechos de ordeño asignados a otra esposa, y es corriente que conserve parte del ganado a su disposición. Cada esposa asigna a sus hijos varones determinados animales de su rebaño.

Al fallecer la esposa, los animales no asignados a nadie pasan al hijo varón más joven; pero las reses del marido que se encuentran en igual situación corresponden al primogénito. El benjamín es automáticamente responsable de cuidar de la madre anciana y el primogénito cumple idénticas funciones con el padre. No obstante, es ésta una norma formal que en la práctica se modifica según las preferencias personales.

La dote exigida por el padre y los hermanos de la novia depende de las tradiciones de cada familia, aunque corrientemente se compone de cuatro animales “perfectos”; dos vacas, por ejemplo, y otras tantas cabezas de ganado menor. Esta dote resulta muy modesta si se compara con las estipuladas por algunos vecinos de los masais, como por ejemplo los agricultores kikuyu, que pueden exigir hasta 40 cabezas de ganado vacuno. Además, raramente  se satisface la totalidad del importe antes de que el hijo o la hija mayor de esa mujer alcancen la pubertad.

El alimento básico de los masais es la leche de vaca, complementada ocasionalmente con la de reses menores, aunque casi nunca de oveja. En las temporadas secas acostumbran mezclar la leche con sangre de vaca, para suplir la escasez de alimentos. Hoy esta solución sólo se adopta en casos extremos; la gente prefiere comprar cereales e incluso cultivar maíz. La carne está presente en casi todas las ceremonias; también se come carne en caso de enfermedad (cuando el paciente precisa recobrar sus fuerzas) y en ocasiones para festejar la llegada de visitantes. La cerveza es un importante elemento de las celebraciones. Antiguamente se producía una bebida dulzona con la miel recogida por los cazadores dorobos, que viven en pequeños enclaves distribuidos por todo el país masai. Pero hoy se conforman con cerveza fermentada a partir de azúcar.

Los masais aprovechan casi todo lo que producen sus animales. Las pieles se transforman en correas y cubrecamas, o se venden a los tratantes. Los cueros más suaves de ovejas y cabras suelen utilizarse para confeccionar faldas y capas ceremoniales; con las cornamentas se hacen recipientes y las grasas se conservan en forma de manteca animal. Los demás artículos necesarios deben adquirirse a proveedores forasteros. Antiguamente los cazadores dorobos les suministraban cuernos  de rinocerontes que utilizaban como recipientes de rapé y colmillos para hacer brazaletes. La tan depreciada casta de los herreros forjaba sus armas y otros utensilios de metal; pero hoy los masais compran todo tipo de artículos en las tiendas.

Ngai es el dios único de los masais. Ngai es un vocablo que también significa “cielo” y “aire”, y por lo tanto el concepto masai de esta divinidad es muy abstracto.

En última instancia Ngai dispone todo lo que ocurre en el mundo y supone una fuerza moral que automáticamente castiga ciertos pecados, como el de dar muerte sin necesidad y con deliberación a una criatura indefensa. La gente reza a Ngai pidiéndole salud y abundancia en cualquier hora del día, aunque el alba es el momento preferido. En las épocas de sequía las mujeres le elevan cánticos en demanda de lluvia, y cuando se desatan las tormentas le imploran que no caiga el rayo sobre su gente. Las mujeres entonan también plegarias en casi todas las ocasiones ceremoniales.

No obstante la mayoría de las ceremonias masais se ocupan del tránsito personal o colectivo por las etapas formales del ciclo vital, más que de las creencias religiosas abstractas. De todas las fases importantes del ciclo vital, la única que no se señala con ninguna ceremonia es la muerte. Los masais no creen en la vida futura, y consideran la muerte de cualquier persona, salvo de los miembros más viejos de su sociedad, como una gran ofensa que conviene ignorar en lo posible. Si el muerto tenía algún mote, deberá hallarse una nueva palabra que exprese la misma idea.

Kenya y Tanzania se esfuerzan por integrar a los masais en sus respectivas economías nacionales, al tiempo que les ofrecen las ventajas de escuelas y hospitales. Existen ambiciosos proyectos de ganadería en régimen cooperativo, además de planes de inseminación artificial y baños para las reses, destinados a combatir las enfermedades transmitidas por parásitos. Gran parte del país masai es muy árido y durante las temporadas secas es preciso trasladar a los rebaños a gran distancia. Hoy se empieza a comprender la eficacia de las viejas técnicas ganaderas de los masais. El sistema tradicional es flexible porque la tierra no pertenece a personas particulares que levanten cercas. Hoy algunos ranchos tratan de incorporar esta flexibilidad a sus respectivas haciendas.

Estos guerreros (moran) se dedican a trenzarse mutuamente el cabello con cordoncillos pintados de ocre. Durante quince años estos jóvenes viven y trabajan juntos compartiéndolo todo, experiencia que da lugar a una profunda lealtad entre los miembros del mismo grupo de edad.

El reconocimiento de la valía de los métodos tradicionales supone un éxito en la incorporación masai a la economía moderna. No obstante, persisten algunos problemas sociales. Como dijera un parlamentario masai, sus paisanos no quieren que se les trate como si fueran los vagabundos del África oriental. Los prejuicios de quienes no hace mucho temían a este pueblo son causa de graves tensiones.

Tan desagradable realidad se manifiesta cuando los moran rebasan los límites de su país. En ocasiones se les considera como personas atrasadas y egoístas, especie de reliquias de un pasado colonial, inaceptables ya en los nuevos estados independientes. Su futuro indicará se se ha resuelto satisfactoriamente el dilema entre el África tradicional y la vida moderna.

 

 

 

 

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