LOS MAYAS

 

Ninguna civilización centroamericana puede mostrar un desarrollo cultural comparable al de los antiguos mayas, cuyos descendientes conservan sus características étnicas y lingüísticas. A diferencia de los oscuros creadores de otras civilizaciones prehistóricas de México, los mayas continúan viviendo entre las ruinas legadas por sus lejanos antepasados y todavía cultivan maíz en las mismas tierras.

Los amerindios del grupo lingüístico maya habitan un territorio de más de 250.000 km2, que se extiende desde la costa septentrional del Yucatán hasta las serranías de Guatemala y Honduras. Esta región corresponde bastante exactitud a las zonas norte, centro y sur del imperio maya. Casi un millón y medio de personas hablan los 15 dialécticos mayas, entre los cuales destaca por su importancia la variedad clásica del Yucatán, con una vitalidad que le permite competir con el castellano oficial. La homogeneidad étnica y cultural de tan extensa zona contrasta con el complejo mosaica de pueblos y lenguas que caracteriza a otras regiones mexicanas y centroamericanas.

Cuando los españoles desembarcaron en la costa del Yucatán a comienzos del siglo XVI, la civilización maya era todavía una entidad viva, pese a encontrarse en avanzada decadencia. Sus abundantes restos arqueológicos permiten hacerse una idea de lo que debió ser aquel imperio. Sabemos por ejemplo, que los jeroglíficos grabados en estelas de piedra refieren la historia de su civilización, aunque hasta el momento no haya sido posible descifrarlos. Por ahora sólo se comprenden los textos de sus calendarios, asombrosos por la magnitud de conocimientos que suponen en sus creadores.

 

 

Las enormes pirámides del período clásico de la civilización maya alcanzan alturas de hasta 50 metros. Muchas se han conservado bien y todavía dominan el paisaje de las espléndidas ciudades templo.

Los calendarios mayas abarcan dilatados periodos que se inician en el 3373 a.C.  Parece que este pueblo ocupó las selvas tropicales de Chiapas y Guatemala durante unos cinco milenios, La cultura de los periodos preclásicos y clásico, centrada en estas regiones, comprende desde el 150 d. C. hasta el 900. De entonces datan los templos de Copán, Palenque, Tikal y Dzibilchaltún.

El hecho asombroso de que la civilización maya naciera en una zona tan poco propicia al desarrollo cultural, por sus excesivas precipitaciones y la hostilidad del medio, ha dado lugar a innumerables suposiciones. Para explicar este misterio se ha sugerido que las dificultades naturales despiertan y vigorizan la creatividad del hombre. Sin entrar en la verosimilitud de este supuesto, no cabe duda de que el escenario el antiguo esplendor maya es hoy una región despoblada. La magnificencia de los viejos edificios que da oculta por árboles y enredaderas, mientras que sólo un puñado de lacandones, empobrecidos descendientes de aquellos amerindios geniales, siguen adorando a sus dioses.

Mujer maya en el mercado de Solada, donde acuden los campesinos de los alrededores para vender sus productos. Al contrario de otros pueblos mayas, los indios de las montañas guatemaltecas lucen prendas de vistosos colores.

Los mayas del periodo clásico (300 d.C. al 900 d.C.) fueron los mejores matemáticos y astrónomos del mundo.

En sus cálculos de base vigesimal ya utilizaron el cero, concepto desconocido en la civilización grecolatina y que no fue introducido en Europa hasta que los eruditos árabes lo importaron de la India hacia el año 1000.

Los mayas calculaban el año solar con una precisión superior a la del calendario gregoriano.

Poseían  conocimientos exactos sobre las fases lunares, pronosticaban eclipses de nuestro satélite y del Sol, y llegaron a calcular movimientos de Venus con un error de dos horas y media por cada 500 años.

Todo parece indicar que los sacerdotes mayas se sintieron fascinados por el

misterio del tiempo  y los movimientos de los cuerpos celestes. Sus investigaciones rebasaron con mucho los conocimientos cronológicos y astronómicos normales en cualquier comunidad agrícola.

En el siglo VIII los sacerdotes de Copán descubrieron una aproximación más precisa del año tropical.

Un grupo de tzotziles reunidos frente a su poblado, situado en las montañas de Chiapas. Su forma de vida no ha experimentado cambios sustanciales desde antes de a conquista española.

Durante el periodo clásico se erigieron pirámides de piedra de hasta 50 metros de altura, sobre las cuales se construyeron santuarios relativamente pequeños aunque con gruesos muros. En su interior había estancias oscuras y angostas destinadas al culto de los dioses, pero que solo tenían capacidad para un reducido número de sacerdotes y ayudantes. Muros y tabiques estaban recubiertos de grandes estelas de piedra, decoradas con bajorrelieves de significado ritual o religioso. Gran parte de nuestros conocimientos sobre la vida cotidiana de los antiguos mayas procede de las escenas contenidas en estas estelas.

Si los edificios más espaciosos servían fines principalmente rituales, puede afirmarse que los complejos de templos eran asimismo sedes gubernamentales, pues a semejanza de la antigua Gracia el país se dividía en gran número de ciudades estado teocráticas.

La ausencia de fortificaciones no debe interpretarse como prueba de un supuesto talante pacífico  de la sociedad maya. Las escenas bélicas de los espléndidos frescos de los templos Bonampak, así como los cautivos encadenados que aparecen en muchos bajorrelieves, demuestran que el periodo clásico conoció también las luchas armadas. Por otra parte, los sacrificios humanos eran raros en aquella época; al parecer se producían sobre todo con ocasión del entierro de grandes personajes, pues sus siervos debían acompañarles al otro mundo.

Los mayas han conservado intactas sus características lingüísticas y raciales. Los rostros de estas mujeres recuerdan las esculturas pétreas descubiertas en las ruinas mayas de la selva.

En vez del sacrificio humano. Corriente en otras sociedades primitivas de Centroamérica, los mayas ofrecían corazones de perro a sus dioses. De todos modos, se asemejaban a los aztecas en sus plegarias, ofrendas, ayunos y mortificaciones, como por ejemplo la perforación de orejas y lenguas, o la introducción de risitas de espinos en esos mismos orificios. Para la solemne ceremonia en honor de los dioses de la lluvia y del fuego se reunían animales de muchísimas especies. Estas víctimas se sacrificaban abriéndoles el pecho y arrancándoles el corazón, que se arrojaba a una gran hoguera. Los jaguares, pumas y otros animales de gran tamaño eran de difícil captura y por ello se efectuaban reproducciones de sus corazones en copal, una resina utilizada como incienso, que se arrojaban al fuego. En cuanto éste había consumido las ofrendas, los sacerdotes apagaban las hogueras vertiendo agua sobre ellas.

A partir del 830 d. C. se produjo un progresivo abandono de los núcleos urbanos enclavados en las fértiles regiones del centro y el sur, cuyos pobladores se trasladaron a la zona bastante árida del Yucatán septentrional, donde ya existían otras colonias. Algún cambio climático, un terremoto, epidemias o acaso conflictos sociales y religiosos debieron aconsejar aquel éxodo hacia un medio natural muy diferente. En las tierras bajas del Yucatán septentrional  surgirían las grandes ciudades del periodo posclásico, que abarca desde el 987 d. C. hasta la conquista española en el siglo XVI.

Mayas guatemaltecos durante un funeral oficiado en una aldea. El catolicismo nominal de estos amerindios no impide que en su cristianismo figuren numerosos ingredientes heredados de su antigua civilización.

En los amplios emplazamientos llanos de ciudades como Uxmal, Kabah y Chichén-Itzá, la arquitectura creció en volumen y en complejidad ornamental. En lugar de los bajorrelieves del estilo clásico, elegantes y por lo general naturalistas, surgieron ornamentaciones más geométricas y monumentales en las fachadas de sus edificios. Estas construcciones se recubrieron con máscaras de dioses y sobre todo con innumerables representaciones de la divinidad de la lluvia, Chac, cuya nariz alargada recuerda la trompa del elefante. Al desconocer la técnica de construir arcos, los mayas tuvieron que recurrir a la bóveda montada sobre repisas para cubrir parillos y pórticos. Hay magníficos ejemplos de columnatas que en algunos casos se esculpieron dándoles la forma de la famosa serpiente emplumada, y en otros se recubrieron con exquisitos bajorrelieves.

Algunos yacimientos arqueológicos como Uxmal, ciudad fundada hacia el 1261 d. C., contienen grandes pirámides y espléndidos complejos formados por palacios de dos y tres plantas, separados por amplios patios empedrados. Uxmal y Chichén-Itzá deben parte de su carácter arquitectónico a una invasión de toltecas, llegados a Yucatán desde el centro de México. Aunque al principio aquellos belicosos inmigrantes establecieron su dominio sobre un pequeño sector de la península, no pudieron imponerse a los anteriores habitantes y acabaron integrándose en la sociedad maya.

A lo largo de su historia, los mayas han dedicado muchas energías al servicio de los dioses. Así, su arquitectura doméstica resulta insignificante ante la majestuosidad de los grandes complejos de templos. Los  dioses, servidos con tanta devoción por un estamento sacerdotal culto y bien organizado, guardan relación muy directa con diversos fenómenos naturales. El omnipresente dios de la lluvia revistió importancia fundamental en el árido clima del Yucatán; la divinidad del maíz, representada por un apuesto joven, recibía un culto muy refinado; y el dios del cielo, a quien suele acompañarse de un par de jaguares, aparece con frecuencia asociado a los petroglifos astronómicos.

El jaguar, que ocupaba una situación destacada en el arte y la religión, simboliza la Tierra y se funde con un demonio por cuyas fauces emerge el dios del Sol. La Luna y Venus figuraban asimismo entre las divinidades de mayor rango, y permiten comprender que los sacerdotes, dedicados con tanta energía e inteligencia a la observación de los cuerpos celestes, acabaran dando origen a una religión astral.

Aunque se conocen muchos detalles sobre el progreso intelectual y artístico de los antiguos mayas, el auge y la definitiva decadencia de su civilización plantean numerosos y difíciles problemas. Un pueblo capaz de producir semejantes maravillas arquitectónicas tuvo que basarse en una economía cuanto menos comparable a las de Egipto, Mesopotamia o la India. Sin embargo, los mayas desconocían el arado y la rueda, no contaban con bestias de carga y practicaban un agricultura de tala y quema que suele corresponder a las sociedades más primitivas. Es incomprensible que unos agricultores itinerantes, cuyos únicos aperos eran el palo de cavar y la azada de madera, pudieran producir el maíz necesario para alimentar a los numerosos sacerdotes y a los centenares (tal vez millares) de peones, albañiles y demás artesanos ocupados en la construcción de sus grandes complejos de templos.

No cabe duda de que el campesino ordinario llevaba una existencia muy sencilla. Los modernos mayas del Yucatán persisten en una forma de vida, se cobijan en pequeñas chozas ovaladas cubiertas con techumbre de hierba y consumen maíz, algunas verduras y jugo fermentado del maguey, especie da áloe. Mo sabemos por qué razón sus antepasados del periodo clásico abandonaron las espléndidas ciudades –templo de las selvas de Guatemala y Chiapas, ni podemos explicar la decadencia de la civilización yucateca, que al llegar los españoles sólo era una sombra de la sociedad que pocos siglos antes  había levantado Uxmal y Chichén-Itzá.

Campesinos mayas congregados en el mercado de Chichicastenango. Muchas familias crían animales domésticos para complementar su dieta de maíz, alimento corriente de este pueblo desde tiempo inmemorial.

Parece que en el entorno cultural y geográfico del Yucatán la ideología de las ciudades-estado teocráticas acabó por desvanecerse, y que desde 1194 hasta 1441 casi todos los mayas quedaron sometidos al despotismo de un Estado unificado. Tras la caída de la capital, Mayapán, se inició la decadencia de la antigua civilización.

Ni obstante, los mayas de hoy han demostrado su capacidad de recuperación. A diferencia de otros grupos nativos, se enorgullecen de poseer una lengua que han sabido aprender muchos amerindios o mayas del Yucatán. Casi todos son agricultores y ganaderos que siguen procedimientos muy semejantes a los de sus antepasados. Sus  poblaciones tienen un aspecto pulcro y próspero. Los mayas son famosos por su limpieza, se bañaban varias veces al día y en muchas comarcas visten ropas de un blanco inmaculado.

Los hombres del Yucatán y Chiapas visten amplios pantalones blancos, camisa plisada del mismo color y calzan sandalias. El vestuario femenino se compone del huipil (informe camisola cortada de una pieza de algodón) que llega hasta las pantorrillas, con cuello cuadrado y sin mangas. Su blancura contrasta con los bordados de colores que engalanan cuello y bordes, en cambio, el vestuario de los mayas guatemaltecos muestra un colorido más chillón. Cada uno de los muchos grupos lingüísticos dispone de un traje característico, aunque los hombres sólo los usan en raras ocasiones. El traje típico de las montañas es una blusa en la que predomina el rojo, sobre una larga falda de color azul oscuro.

El conservadurismo maya se patentiza también en muchas ceremonias y creencias, mezcla de ritos paganos y prácticas cristianas. La fe en los viejos dioses (los yuntzilob), señores o protectores) coexiste con la que se tiene en el Dios cristiano y en sus santos. No obstante, son los yuntzilob quienes cuidan de los campos y de la lluvia, por lo cual se les presentan ofrendas al iniciarse la temporada del maíz. De este modo, los elementos de la antigua cultura  maya sobreviven en combinación con el cristianismo. El esquema de vida introducido hace más de cuatro siglos por los españoles se ha ido fundiendo poco a poco con el de los mayas.

 

 

 

PINCHA EN LA FLECHA PARA VOLVER ATRÁS