LOS MELPAS

 

 

Los 60.000 miembros del pueblo melpa habitan la cabecera del valle del Wahgi, junto al monte Hagen que forma parte de las montañas Centrales de Nueva Guinea. Hasta la década de 1930 se creyó que el espinazo montañoso de la gran isla estaba deshabitado.

Dos buscadores de oro, los hermanos Leahy, junto con un representante de las autoridades, descubrieron el valle del Wahgi en 1933 y abrieron la sierra a la penetración de la ley, el comercio y la religión de los europeos.

Los primeros exploradores quedaron asombrados por la riqueza del país y el número de sus habitantes, gentes robustas y orgullosas. Todo el valle está tapizado de pastizales que se van elevando desde los 1200 metros hasta confundirse con las zonas arboladas de las alturas circundantes. A pesar de los cambios sociales registrados en los últimos 40 años, los modelos de cultivo y poblamiento no han sufrido variaciones. Según uno de los hermanos Leahy, se trata de un conjunto ininterrumpido de huertas cuadrangulares semejantes a in inmenso tablero de ajedrez, con casas de planta ovalada y techumbre de hierba, distribuidas en grupos de cuatro o cinco edificios que cubren todo el paisaje.

Estas huertas las cavan y protegen con cercas los hombres de cada comunidad, rodeándolas finalmente con profundas zanjas de desagüe. Las mujeres también desmontan terrenos en las márgenes del bosque y ocasionalmente penetran en éste para talar sectores de cierta extensión.

Este “hombre grande” o dirigente tribal goza de gran respeto por sus aptitudes oratorias. La tira de varillas de bambú (omak) que pende de su cuello representa las transacciones en que ha intervenido.

La cosecha tradicional es la batata; se cultivan además taros, ñames, caña de azúcar y plátanos, junto con otras producciones introducidas por los europeos, como el maíz y la mandioca.

Al contrario que otras regiones neoguineanas, aquí no existen más poblados que los construidos para las breves épocas ceremoniales. Los melpas residen en pequeños asentamientos instalados por encima  de los 1500 metros de altitud y constituidos por la vivienda de un hombre y sus familiares más inmediatos, o por reducidos grupos de parientes próximos. Sin embargo, los varones de estos asentamientos residen juntos y apartados de las mujeres, pues temen los efectos contaminantes y debilitadores de la menstruación. En cada núcleo se dispone de chozas para la reclusión periódica de las menstruantes, quienes durante el resto del mes conviven con sus hijos y sus cerdos. Estos animales entran y salen por una puerta especial, abandonan la casa al amanecer para pasarse el día escarbando raíces en el monte, y regresan al caer la noche para recibir sus raciones de batatas. Las muchachas duermen con la madre hasta que al contraer matrimonio se trasladan a la vivienda del esposo. Los muchachos comienzan a pernoctar en la casa de los hombres  hacia los diez años.

Las mujeres melpas se ocupan de las faenas domésticas y trabajan también en las numerosas huertas cuadrangulares, abiertas en el valle del Wahgi.

Una de las cosas que más llamó la atención de los primeros visitantes blancos fue la pasión de los nativos por todo lo bello, no solo en lo concerniente al adorno personal, sino también en sus mejoras del paisaje y sobre todo por los magníficos terrenos ceremoniales. Estos “parques” suelen contar con una casa de los hombres en un extremo, utilizada para celebrar sus ritos, y  a veces se encuentran junto a un cementerio o algún lugar de culto donde se entierran las piedras sagradas, casi siempre de mortero y manos de mortero prehistórico, muy comunes en toda la isla. Dentro de un recinto estacado se plantan árboles y arbustos sagrados, alineados con la puerta de la casa de los hombres. El objeto de las piedras mágicas es atraer la riqueza; los melpas creen que los espíritus de sus mayores se alojan en los árboles. Talar uno de estos árboles supone un insulto a los antepasados, quienes inevitablemente castigarán al culpable con la muerte.

En los terrenos ceremoniales se celebraban los consejos de guerra, pues el cementerio era un lugar predilecto para las reuniones; hoy es el punto focal del sistema de intercambios conocidos por moka. Su cuidado se encomienda a los hombres grandes que organizan el sistema del moka y que antiguamente se encargaban también de la coordinación de las actividades bélicas.

La recogida de los cerdos inicia las ruidosas celebraciones de un gran banquete. Las relaciones entre grupos melpas se basan en el moka, sistema consistente en el intercambio competitivo de cerdos, caparazones de moluscos y otros bienes.

Las autoridades australianas acabaron rápidamente con los enfrentamientos tribales, pero todavía persisten  las antiguas enemistades y alianzas entre tribus  y clanes melpas. Las distinciones más significativas eran las trazadas entre enemigos mayores o menores (no se indemnizaban las muertes causadas a los enemigos mayores) y combatientes principales o simples aliados. Los combatientes principales se responsabilizaban de compensar las muertes causadas por sus aliados, y las pérdidas sufridas por estos. Los enemigos mayores pertenecían casi siempre a tribus diferentes, una tribu puede componerse de miles de personas.

Además de compensarse las pérdidas humanas, en  este tipo de enfrentamientos era costumbre expulsar a los derrotados de sus tierras, por lo cual se destruían muchos asentamientos y se asesinaba a mujeres y niños, aunque los melpas no practicaban la antropofagia.

Los enemigos menores (casi siempre clanes de la misma tribu) nunca buscaban la expulsión definitiva de sus oponentes y observaban una actitud comedida con  respecto a las propiedades y vidas de los no combatientes.

Claro exponente de la preocupación melpa por el aspecto personal, un tribeño se dispone a participar en los ritos de su clan. Las ceremonias suelen celebrarse en el terreno situado frente a la casa colectiva de los hombres, zona que se supone  habitada por los espíritus de los antepasados.

Todas las guerras se concluían con ceremonias de paz seguidas del pago de compensaciones. Los clanes enfrentados podían transformarse más adelante en aliados, estos esquemas de alianza y enemistad parecen haber sido bastante estables.

Aunque la coordinación de la guerra correspondía a los hombres grandes, estos dirigentes no solo eran personas dotadas para la acción violenta, sino sobre todo buenos organizadores, magníficos oradores y expertos en la manipulación de las relaciones sociales. Aparte de su reconocida habilidad para la organización de la guerra y la obtención de aliados, sus servicios eran necesarios para establecer negociaciones de paz. Los hombres grandes mantenían una relación especial con los antepasados y su muerte era una pérdida espiritual y social para todo el grupo, que quedaba físicamente debilitado.

Los hombres grandes alcanzan su categoría compitiendo con otros aspirantes, a quienes tratan de superar por su carácter y aptitud social, pero en realidad muchos son hijos, casi siempre primogénitos de otros hombres grandes. Todavía quedan vestigios de una jerarquía social compuesta por hombres grandes mayores y menores, personas corrientes y, en el plano más bajo, los melpas, cuya pobreza les impide pagar la dote  matrimonial y se ven condenados a quedarse solteros y a trabajar para los dirigentes del grupo.

Con la abolición de las luchas creció el intercambio ceremonial de carne de cerdo y caparazones de diversos tipos, siempre  bajo la dirección de los hombres grandes. Estos intercambios, derivados de las antiguas reparaciones  bélicas entre clanes considerados como enemigos menores, conservan el factor competitivo del enfrentamiento armado y reciben el nombre de moka.

En la primera faso de su intercambio, A entrega  x  bienes a B, quien corresponde regalando una cantidad compuesta de  x + y.

En la segunda fase, B regala  x  géneros a A, y éste responde con el obsequio por lo menos de  x + y.

El exceso de obsequios por encima de la cantidad  x recibe el nombre de moka, y el prestigio del que ofrece el presente depende precisamente de la amplitud  de ese margen.

Así, cada partícipe acepta una inferioridad temporal cuando le corresponda dar menos, pero este desequilibrio de obsequios y prestigio cambia de signo en la siguiente etapa. Los intercambios pueden sucederse indefinidamente, sin que sea preciso llegar a la derrota de ningún participe.

El sistema se complica cuando el hombre grande que coordina las entregas de su grupo utiliza los bienes recibidos para hacer moka a un tercero, y así sucesivamente. De este modo se va formando un denso entramado de deudas e inversiones, y cuando un grupo ha de hacer honor a los compromisos adquiridos, su hombre grande debe recurrir a toda su habilidad social para cobrar a los deudores y pagar a los acreedores.

Los hombres grandes lucen en el cuello una tira (omak) de varillas de bambú, cada una de las cuales representa una transacción. Por consiguiente, el omak es un símbolo de categoría, ya que su longitud denota el número de  transacciones concluidas por cuenta propia o ajena.

Aunque la guerra está desapareciendo del monote Hagen y sus alrededores, los “hombres grandes” de cada clan siguen reuniéndose para discutir las relaciones con otros grupos. Hasta hace pocos años, el contacto social de los melpas se fundamentaba en un complicado sistema de alianzas entre tribus.

Los impedimentos puestos a las luchas tribales, sumados a la abundancia de caparazones introducidos por los blancos, impulsaron una expansión inicial del sistema del moka, si bien en los últimos tiempos han arreciado los ataques de las autoridades y los misioneros contra esta costumbre.

El Gobierno ha introducido las cosechas comerciales (café y  hortalizas), y son ya muchos los hombres que prefieren ganar dinero de este modo o bien trabajando en las plantaciones de los blancos. También se han instituido consejos municipales, cuya administración absorbe gran parte del tiempo del que disponen los hombres grandes. Los melpas se han ido integrando en las instituciones socioeconómicas occidentales con mayor efectividad que otros grupos de la isla.

A la larga el sistema moka acabará reemplazándose con una moderna economía monetaria de mercado.

 

 

 

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