LOS FORE

Las gentes de habla fore viven entre las montañas del sur de la divisoria Ramu - Purari, en el sector oriental de la gran isla de Papuasia - Nueva Guinea. Su primer contacto con el mundo exterior se produjo en los años cuarenta del siglo XX, al ser visitados por varias patrullas australianas, dedicadas a explorar el territorio y a trazar mapas del mismo. En 1952 se estableció una patrulla permanente en el territorio fore, y un año más tarde se confeccionó el primer censo. Posteriormente tras convencer a los nativos de que abandonaran sus belicosas costumbres, quedó suprimido el canibalismo y se descubrió entre ellos una enfermedad mortal (el kuru), desconocida hasta entonces para la medicina moderna.

Existen en la actualidad unos 14.000 fore. Por fin su población va en aumento al tiempo que remite la virulencia del kuru. Hasta la llegada del hombre blanco los fore no poseían gentilicio, refiriéndose a sí mismos como ka kina ("un pueblo"), para diferenciarse de sus vecinos que hablan lenguas distintas a la suya aunque de su mismo origen. Fore es el nombre de una localidad situada al este del río Lamari, habitada por gentes de lengua awa y visitada con cierta frecuencia por estos primitivos indígenas

Según parece, el nombre se lo aplicó erróneamente un agente de las patrullas australianas, y los nativos fueron acostumbrándose a él. También  aceptaron la pacificación impuesta por los blancos, y en los últimos años han modificado o abandonado casi todos sus ritos tradicionales, como el de la iniciación masculina, y muchos de ellos se han convertido al cristianismo. Bajo la supervisión de un consejo de gobierno local, Okapa está alcanzando un considerable desarrollo económico, si bien los fore todavía pueden satisfacer sus necesidades básicas al estilo tradicional.

 

Vivienda típica de los fore, junto a una parcela cultivada en las montañas de papuasia - nueva guinea. Aparte de las batatas, principal ingrediente de su dieta, estos nativos empiezan a cultivar maíz y tomates

Su territorio ocupa unos 1000 Km2 de país montañoso, con huertas y poblados entre los 1200 y 2200 metros sobre el nivel del mar. La altura media de esta región le confiere un clima templado, a pesar de su proximidad al ecuador. Las temperaturas diurnas oscilan entre los 21º C y los 17º C, con escasas variaciones a los largo del año. El promedio de los días lluviosos es alto, alcanzando los 228 anuales.

Muchacha fore cuidando de su hermana. Hombres y mujeres comen y trabajan juntos, pero las viviendas femeninas quedan separadas de las masculinas por una zona destinada a los fogones de tierra.

La estación húmeda abarca desde diciembre a marzo, con precipitaciones bastante irregulares en los restantes meses. Debido a las características climáticas, la flora natural consiste en bosques típicos de altitudes medias, combinados en algunos tramos con huertas y praderas.

La fauna se compone de pequeños marsupiales 8zarigüeyas y canguros trepadores), una extensa variedad de roedores, algunas especies de reptiles (entre ellos la venenosa Acanthophis antarctica) y muchas clases de aves. En los bosques se suelen cazar cerdos salvajes. Los hombres dedican parte de su tiempo a la caza con proyectiles y trampas, son básicamente agricultores y su dieta procede en gran medida de los tubérculos cultivados. Casi todas las proteínas las obtienen de los cerdos domésticos.

El sistema de cultivo consiste en una combinación de la agricultura de rozas y de barbechos, para sus huertas prefieren desbocar un sector de selva antes que las praderas, pues con una sola cosecha éstas pierden rápidamente su fertilidad. Para preparar un terreno arrancan la corteza de los árboles mayores, al tiempo que cortan sus ramas; luego talan los más pequeños con ayuda de hachas, queman la maleza y mezclan las cenizas con el suelo, a fin de fertilizarlo. Finalmente, destripan los terrones y nitrogenan la parcela formando montones para que se airee la tierra.

El principal cultivo es la batata, de la cual conocen como mínimo 35 variedades, distinguidas según su color, su textura y la forma de las hojas. También diferencian las especies “de los antepasados” de las introducidas hace una sola generación, y de las arribadas con los europeos a finales de los años cuarenta. Otras producciones importantes son taros, ñames, caña de azúcar, plátanos, habichuelas, calabazas y hortalizas diversas. Además, hoy comienzan a cultivar especies nuevas como maíz, coles y tomates. Aunque no poseen calendario lunar, observan el tránsito equinoccial del sol sobre el perfil de la montaña, y de este modo saben cuándo pueden iniciarse los trabajaos en campos nuevos.

Antes de que llegase el hombre blanco los fore vivían en aldeas protegidas por empalizadas.

Todas contaban con una o más casas comunales de hombres, ocupadas por adultos y muchachos, más de una hilera de pequeñas viviendas individuales donde residían las esposas, las hijas solteras y los pequeños de ambos sexos. Esta separación de residencia se debía a la aprensión de los varones hacia una posible contaminación menstrual. Por eso los esposos vivían separados de sus mujeres y los solteros se abstenían de compartir la comida y el dormitorio con hombres casados. El varón sólo confiaba en su madre, sus hermanas y sus hijas; las demás mujeres se consideraban peligrosas.

Las casas femeninas, dispuestas en hilera, quedaban separadas de la vivienda colectiva de los hombres por una zona reservada a los fogones de tierra. Éstos se utilizaban para guisar comidas ceremoniales y consistían en hoyos recubiertos por hojas de plátano, en los que se depositaban piedras calientes. Sobre las piedras se colocaban batatas, verduras diversas y lonchas de cerdo, tras lo cual se procedía a tapar rápidamente los fogones con más hojas de plátano y tierra. Segundos antes de cerrar los fogones se vertía en su interior un poco de agua, a fin de que ésta, al contacto con las piedras calientes, produjera vapor. Unas dos horas más tarde el guiso estaba listo, y toda la aldea lo compartía con los visitantes que hubiera entonces en ella.

Los pequeños núcleos de población o aldeas no eran políticamente soberanos, sino que se reunían cuatro o cinco de ellos para defender el territorio común.

Estos convenios defensivos tenían gran importancia, porque las guerras tribales eran frecuentes. A los muchachos se les enseñaba a ser agresivos, y todo el prestigio del varón dependía de su habilidad en estas luchas. Cada aldea contaba con tres o cuatro hombres reconocidos como dirigentes políticos. Estos “hombres grandes” debían saber dar forma a la opinión local sobre los asuntos de interés público, representaban al grupo en sus relaciones con otras aldeas, resolvían disputas y organizaban los intercambios de alimentos.

Los fore son propensos a una enfermedad llamada kuru, que en su lengua significa “temor” “angustia”, consistente en una degeneración cerebral causada por un microorganismo todavía desconocido. Se trata de una dolencia mortal, cuyo primer síntoma es un dolor de cabeza fuerte y constante. A las pocas semanas, el enfermo experimenta dificultades motrices, con frecuentes tropezones al andar y pérdidas de equilibrio.

Esta fase de la enfermedad puede durar meses, aunque acaba por dar paso al período sedentario o terminal.

Durante esta etapa, el paciente no puede dar un paso, hay que alimentarle y cuidarle, y su estado se agrava con la extrema vulnerabilidad a las infecciones transitorias.

Es preciso someterle a constante vigilancia porque, si se le deja solo, corre el riesgo de caer redondo hasta las llamas del hogar y morir abrasado; sus llagas, efecto de la prolongada permanencia en la cama, podrían producirle igualmente la muerte.

Los fore achacan el kuru a hechiceros, quienes logran sus fines perversos mediante una técnica consistente en mezclar algún material asociado con la víctima - saliva, excreciones, sangre o prendas de vestir - con ingredientes mágicos, para luego enterrarlos en un terreno pantanoso. Cuando  esta masa comienza a desintegrarse, aparecen los síntomas de la enfermedad en la víctima.

Los fore creen en la posibilidad de combatir el kuru si se consigue que el hechicero desentierre la masa, por lo cual invierten mucho tiempo y esfuerzo intentando averiguar la identidad del culpable. Visitan a sus enemigos y procuran convencerles con amenazas o súplicas. Si así no logran nada, emplean los servicios de adivinos.

Aunque pueda parecer irracional, esta creencia reporta efectos beneficiosos, porque les permite atribuir un origen a una enfermedad occidental. Además, para los fore entraña la posibilidad de emprender acciones en respuesta a la dolencia, a pesar de que sus esfuerzos no resultan en la curación el afectado.

Básicamente el kuru se limita a las mujeres y a los niños de ambos sexos; raro es el hecho de un hombre afectado por ella. En su periodo más grave conocido, a principios de los años 1960, llegó a una incidencia altísima (36 por mil). El hecho de que muchas enfermas hayan fallecido víctimas del kuru ha tenido efectos profundos sobre la sociedad fore.

 

Preparativos de un festín en una aldea fore. Estas gentes siguen practicando en gran parte una agricultura de subsistencia, alimentándose de batatas, taros y verduras diversas, más carne de cerdo en algunas ocasiones señaladas. La comida se guisa en hoyos cubiertos por hojas de plátano, donde se han depositado piedras calientes.

Numerosas familias se han quedado sin la madre, por lo cual no pocos padres han debido encargarse de criar a sus pequeños. La escasez de mujeres ha dificultado también el matrimonio de los jóvenes; esto es grave para los solteros que no tienen una hermana que ofrecer a cambio de una esposa.

El kuru ha motivado una extensa investigación. Hasta ahora el microorganismo no ha aparecido, si bien comienza a pensarse que pertenece a una clase de virus cuya manipulación en el cuerpo de la persona puede demorarse mucho, según las condiciones físicas de ésta.

También se sospecha, basándose en numerosos indicios, que el kuru ha sido transmitido por el canibalismo.

Las mujeres y los niños, antaño principales consumidores de carne humana, son las víctimas preferidas por la enfermedad.

Se sabe que en las zonas más castigadas, los fore comían a los muertos a causa del kuru. Casi con certeza, el microorganismo se encontraba alojado en el cerebro dela víctima, que a menudo se guisaba a baja temperatura en un tubo de bambú, y casi siempre lo consumía alguna mujer. Con todo el mejor indicio es la disminución de los casos en los cinco o seis años posteriores a la supresión de la antropofagia, a finales de los cincuenta. Este hallazgo podría confirmar la teoría del largo período de incubación. También resulta notable el hecho de que esté elevado el promedio de edad en los afectados. Otra argumentación en pro de esta idea es la presentada por unos investigadores estadounidenses que inocularon fragmentos cerebrales de una víctima en varios primates, los cuales, tras algunos años han comenzado a mostrar síntomas atribuibles al kuru.

Los fore siguen creyendo en el origen mágico del kuru y han impuesto una especie de cuarentena social en sus aldeas, para evitar la entrada de extraños y enemigos. Sus núcleos ya no se construyen en las proximidades de las carreteras abiertas por las autoridades, y todos muestran a la entrada señales de prohibición para los forasteros. En particular las mujeres se mantienen alejadas de las reuniones públicas, donde podrían hallarse presentes los enemigos potenciales.

Aunque ya no se recurre a las grandes batallas para resolver las disputas, las enemistades de los fore han aumentado. Esto se refleja no sólo en su continuo temor al contacto con los adversarios de siempre, sino también en la tensión y la suspicacia evidentes entre aldeas que pertenecen a una misma unidad política, e incluso dentro de éstas.

No obstante, los fore viven en una especie de limbo, pues han renunciado a muchos hábitos y valores tradicionales. Se han hecho cristianos, cuando menos superficialmente, y ya obtienen algunos ingresos de sus cosechas comerciales; pero el kuru, todavía incurable, sigue persiguiéndoles como una maldición.

 

 

 

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